La novela versa sobre un hombre enfermo de racionalismo
occidental que lucha con sus disquisiciones internas para llegar a no sé sabe
qué, quizá a una especie de quimera-salvación a la que se accede quién sabe
cómo. Evidentemente, Rayuela va también
de muchas otras cosas. El título responde a una realidad infantil, lúdica y
mística, el juego de la rayuela, que es un juego infantil en el que se refleja
el camino vital (también llamada “tejo” en Argentina y hay un número enorme de
variaciones según las zonas geográficas: charranca, en Barcelona; amarelinha,
en Brasil; mundo, en Perú; شريطة en Marruecos; 跳房子 en China; etcétera). La rayuela, lejos de ser únicamente un símbolo que
aparece varias veces en la novela (es clave el capítulo 56) constituye algo más
que una figura dentro de la cual los personajes saltan, se salen fuera y a la
cual tiran colillas. Y esto es así, en mi opinión, porque la obra es también
una rayuela en cuanto a su forma, porque va saltando de un lado a otro y sobre
todo porque cuando se juega a la rayuela hay infinitas posibilidades de
trayectoria, como en el libro y como también en La Biblia. Una obra global que se deja leer por donde a uno le dé
la gana. De este modo, no solo el contenido del libro cae bajo el epígrafe de
rayuela, sino también su forma.
Así es que Julio Cortázar inicia el libro con un llamado “tablero de dirección” y aclara “este libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros”, porque estos libros se dejan leer de varias maneras y, aunque el propio autor ofrezca una dirección posible, siempre permanece intacta la voluntad de ofrecer una novela que no tiene nada que ver con lo que todavía seguimos entendiendo por novela. Por cierto, que el autor remata este sentido abierto de la lectura y la escritura indicando que el antepenúltimo capítulo es uno tal que va antes de otro que precede al último, que es a su vez el antepenúltimo; o sea, el orden de los últimos capítulos va del 131 al 58 y del 58 al 131, al que debería seguirle de nuevo el 58.
Así es que Julio Cortázar inicia el libro con un llamado “tablero de dirección” y aclara “este libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros”, porque estos libros se dejan leer de varias maneras y, aunque el propio autor ofrezca una dirección posible, siempre permanece intacta la voluntad de ofrecer una novela que no tiene nada que ver con lo que todavía seguimos entendiendo por novela. Por cierto, que el autor remata este sentido abierto de la lectura y la escritura indicando que el antepenúltimo capítulo es uno tal que va antes de otro que precede al último, que es a su vez el antepenúltimo; o sea, el orden de los últimos capítulos va del 131 al 58 y del 58 al 131, al que debería seguirle de nuevo el 58.
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