sábado, 28 de diciembre de 2013

Forma de rayuela, fondo de rayuela: "Rayuela", de Julio Cortázar (1963)

Hace justo cincuenta años y medio, el 28 de junio de 1963, se publicó Rayuela, una de las novelas cumbre de la literatura hispanoamericana, sin duda, y seguramente una de las cimas de la novela del siglo XX.

La novela versa sobre un hombre enfermo de racionalismo occidental que lucha con sus disquisiciones internas para llegar a no sé sabe qué, quizá a una especie de quimera-salvación a la que se accede quién sabe cómo. Evidentemente, Rayuela va también de muchas otras cosas. El título responde a una realidad infantil, lúdica y mística, el juego de la rayuela, que es un juego infantil en el que se refleja el camino vital (también llamada “tejo” en Argentina y hay un número enorme de variaciones según las zonas geográficas: charranca, en Barcelona; amarelinha, en Brasil; mundo, en Perú; شريطة en Marruecos; 跳房子 en China; etcétera). La rayuela, lejos de ser únicamente un símbolo que aparece varias veces en la novela (es clave el capítulo 56) constituye algo más que una figura dentro de la cual los personajes saltan, se salen fuera y a la cual tiran colillas. Y esto es así, en mi opinión, porque la obra es también una rayuela en cuanto a su forma, porque va saltando de un lado a otro y sobre todo porque cuando se juega a la rayuela hay infinitas posibilidades de trayectoria, como en el libro y como también en La Biblia. Una obra global que se deja leer por donde a uno le dé la gana. De este modo, no solo el contenido del libro cae bajo el epígrafe de rayuela, sino también su forma.
Así es que Julio Cortázar inicia el libro con un llamado “tablero de dirección” y aclara “este libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros”, porque estos libros se dejan leer de varias maneras y, aunque el propio autor ofrezca una dirección posible, siempre permanece intacta la voluntad de ofrecer una novela que no tiene nada que ver con lo que todavía seguimos entendiendo por novela. Por cierto, que el autor remata este sentido abierto de la lectura y la escritura indicando que el antepenúltimo capítulo es uno tal que va antes de otro que precede al último, que es a su vez el antepenúltimo; o sea, el orden de los últimos capítulos va del 131 al 58 y del  58 al 131, al que debería seguirle de nuevo el 58.

Tengo un gran compañero, quien confiesa tener Rayuela en su mesita de noche, que me dijo algo completamente cierto: “Rayuela es de frases”. Indudablemente, sé que si ahora cojo el libro y me dispongo a leer a viva voz, ahora, a las 3:50 de la mañana, las frases que fui subrayando cuando lo leí por maravillosas (sin hablar de todas las no subrayadas que por torpeza me dejé), más de uno saltará a escuchar hasta el final, convencido de que un encuentro casual es lo menos casual (capítulo 1) y con un poco de suerte tirará la piedrecita en la casilla número 1.

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