sábado, 16 de abril de 2011

La Teoría de la esencia


(CUENTO A DOMICILIO)
(Ficción literaria y no tan ficción. Basado en hechos reales)
Práctica de epifanía.

La Teoría de la esencia

Estaba tratando de elaborar una teoría, más o menos filosófica, que captara lo esencial de la vida. Quería saber, quería conocer el mundo y ordenarlo, clasificarlo, organizarlo de un modo coherente y veraz. Si no veraz, al menos verosímil. Había pensado que esa teoría raramente podría extrapolarse a una práctica en la vida que asumiera el núcleo filosófico de esa teoría, pero pensó que el núcleo en sí podría ser la separación permanente de la teoría y la práctica.

Había reflexionado sobre el orden del universo, sobre la existencia de Dios, sobre la organización social, sobre cómo funciona de verdad el amor, sobre mil cosas. Ella pensaba que había logrado organizar una teoría, escéptica, por cierto, que le fuera válida para comprender el mundo a su manera y para conocerte a sí misma.
Era consciente de que esa teoría era una teoría estrictamente individual, modificable según las circunstancias y permeable a la intrusión de nuevas experiencias que le llevasen por nuevos caminos teóricos y no pensó que hubiese ningún elemento que le faltase. Apenas había leído filosofía, sólo lo justo para hacerle pensar que había reparado en todo lo que se considera esencial.
Con toda esa absurda teoría en la cabeza, disfrutaba una tarde de descanso echada en la cama tomando una tila. Apenas pensaba en nada y a la vez no paraba de darle vueltas a todo. Se puso a mirar el color amarillento de la infusión. Le gustaban las tilas, más que las manzanillas, los tés o la melisa, pero odiaba ese tacto suave y esponjoso que deja la tila cuando ya la has terminado y está el vaso vacío. No solía reparar en ello, porque no es lo esencial, porque no tiene importancia más que en el momento en que te percatas de una tontería así. Digo, que se puso a mirar el color de la infusión, tan amarillento el líquido en ese vaso de cristal, que se le vino a la memoria junto con todos los demás vasos de su casa. Son todos iguales, y los guardan estrictamente en orden. Ninguno se sale de la circunferencia que le toca. El pensamiento le iba vagando por vasos, tilas, infusiones, tactos que no le gustaban… Miró de nuevo el líquido de su vaso, tratando de volver a la realidad del momento.
¡Hostia, hostia, hostia! No se sabe si porque en el líquido de la infusión se había dibujado una especie de palabra de dos letras o simplemente si fue porque el destino lo quiso, pero le recorrió una sensación extrañísima. Bueno, extrañísima y no tan extrañísima, quizás. Pensó que se le subía el diafragma a la tráquea. Sintió todos los órganos, sólo durante un segundo, mezclarse por dentro del cuerpo. Sintió que ya no sudaba, que la boca ya no se le secaba, que no producía saliva, que tenía diez dedos en las manos. Fue consciente de todas las partes de su cuerpo sin serlo de ninguna y del mismo modo vio las partes de su teoría conectarse unas con otras y estar todas inconexas. Se le presentaron todas esas partes en términos intuitivos. La teoría que la había acompañado en su vida, que ella misma había ido bordando día a día, ahora dejaba de presentársele en términos racionales y le llegaba en formas diversas de muchísimos colores. La vio como se ve el amor cuando se es lo suficientemente joven para verlo en estado puro. Sólo que no la vio completa. Algo le faltaba. Faltaba un color, una esencia, una esquina de ese gran cuadro en el que se le estaba proyectando la totalidad de sus pensamientos. No creo que supiera decirnos cuál, pero seguro que vio claro que faltaba una forma para que estuviese completo ese universo mental que había ido tejiendo día a día. A su obra de pensamiento racional cotidiano le faltaba un concepto que lo reuniese todo, un concepto esencial del que nunca había dudado porque lo daba por obvio. El yo; el concepto del yo. Se dio cuenta de que ella no era una, de que ella tampoco era ni ninguna ni tampoco todas. Vio claro que no existía todavía la palabra capaz de apresar el concepto que habla sobre dónde acaba el límite del yo y empieza el del aire. Pero al menos se le figuró que ese concepto de yo que había heredado tenía que ponerlo en duda y manejarlo hasta hacerlo suyo.
No descubrió esa tarde de noviembre el secreto intuitivo que explica el Todo. No descubrió lo que llaman el Secreto. Tampoco sabía quién lo poseía. Pero esa noche llenó de garabatos, de esquemas conceptuales y de letras y números todas las hojas que tenía en casa.

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Saludos.



Mei




1 comentario :

  1. He estado ausente una temporada, pero ya me he puesto al día.
    Me ha gustado particularmente esta Teoría de la Esencia.
    Y como se admiten reclamaciones, reclamo noticias sobre aquella mujer que no comprendió jamás este puto mundo y se dio de bruces contra la realidad.
    Saludos

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