sábado, 21 de agosto de 2010

Mal agüero



Al Jony:

Cuando yo escribí el cuento que tenía por protagonista a Saúl, sí, el bailarín de claqué que dejó de serlo por una cabronada del destino, no sabía que iba a causar tan mal agüero en mi círculo familiar. No sabía que mi hermano mayor, que aunque no era bailarín era casi ingeniero, acabaría con casi cuarenta de fiebre y yendo con dos muletas.

El cuento se me ocurrió porque sí. No es que me viniese a la cabeza la imagen del bailarín rompiéndose las piernas, no, tampoco me llegó como por arte de magia la imagen de un hombre en silla de ruedas. Que va, nada más lejos. Más bien lo que me vinieron fueron las palabras: “Un bailarín que se cae bailando y se rompe las piernas”. Esa idea tan boba, que se formó a partir de palabras y no de imágenes, fue el germen del cuento. Lo que nunca imaginé yo es que del cuento surgiría una historia real y que el pobre de mi hermano recibiría las consecuencias negativas de la trágica historia de mi personaje.

Todo ocurrió en poco tiempo. Escribí la idea en una hoja amarilla pensando que quizá algún día podría llegar a ser un relato con un mensaje coherente, impactante y moralista. Luego vino una nueva etapa corta en la que pensé que no valía la pena redactar tal cosa. Pero al cabo de unas pocas semanas, comparando todas las ideas que tenía escritas en las muchas hojas en las que me apunto ideas absurdas, pensé que esta del bailarín era la mejor. Fíjate tú, una idea tan boba y era la que me pareció mejor. O bien era realmente la mejor idea y soy muy poco imaginativa o bien estaba alelada. A saber.

Me senté en el ordenador y empecé a teclear. Taclatá taclatá taclatá. Y más taclatá taclatá taclatá. De repente un bloqueo de ideas: no sabía qué final poner. Se me ocurre entonces el final. Y otra vez taclatá taclatá. Luego corrección, que el conflicto real del cuento no estaba suficientemente desarrollado y el relato quedaba desequilibrado. Vale, pues taclatá taclatá taclatá. Fin del cuento. Poscorrección. Taclatiqui, taclatiqui. Corrección total. Fin real del cuento.

Vale, pues cuento terminado. Me levanto de la silla y me voy a dormir. Y sueño mil cosas que me servirán para mil cuentos más.

Llega la mañana, y con la mañana llega el mal agüero. Me levanto, me voy para el comedor y ¿a qué no sabéis a quién veo echado en el sofá, con casi cuarenta de fiebre? Pues sí sí, a mi hermano. Vale, hasta ahí bien, yo no tengo la culpa, Saúl no tiene fiebre en todo el cuento. Y entonces ¿qué pasa? Que veo que mi padre le trae dos muletas. Y vale que a mi hermano le pasó algo en la rodilla tirándose en una piscina hace unos días y que llevaba ya dos días con una muleta. ¿Pero la otra muleta qué? Vale, pues será todo cuento, se pone dos muletas para pedir el doble de favores que los que sería lícito pedir si sólo lleva una sola muleta.

Pero no, quizá esta vez no es cuento. Me explica que ayer se le cayó el móvil encima del pie, en el empeine, y que no puede andar con ese pie. “Pues sí que será cuento”, pienso yo y se lo digo medio de broma: “¡Cuentista!” Pero entonces llega a casa un tipo que no he visto en la vida y saluda con un "hola" más o menos formal, con voz flojita. Un tipo extranjero que acaba explicándonos cuáles son los remedios naturales para curar la fiebre, que nos explica también que tiene cinco hijos que nunca han enfermado porque cada mañana beben un vaso de miel con leche fría y mil cosas más, y entonces le da mil consejos a mi hermano para que se cure. Será el médico. Su visita no dura más de un cuarto de hora.

Y bueno, pasa el rato y me pongo a jugar, como estaba haciendo antes de que llegase el médico. Y entonces oigo un ruido asqueroso. Me giro. Miro un poco de reojo. Y veo el líquido de no sé qué color haciendo un trayecto corto: de la boca de mi hermano a la palangana verde. Ahora seguro que no es cuento. Y entonces ¿qué me da por pensar? pues que Saúl vomitó mucho del disgusto que se dio cuando, por la caída desde la silla con sus zapatos de claqué marrones que tenían la suela de aceite de girasol por algún cabronazo, tuvo que pasar aquellos dolorosos meses en la silla de ruedas….

Buf. Y no sólo eso. Porque llega la comida y entonces le pregunto que cómo se le cayó el móvil al pie. Y sobre todo, que cómo carajos puede ser que una caída de móvil sea la causa de no poder mover el pie. Y bueno, me cuenta una historieta, que el pantalón tenía un agujero en el bolsillo y que se cayó por ahí y que de la fuerza del movimiento al andar y la caída pues bueno, que pataplás. Y sí, sí, suena tan absurdo como sonó la caída de Saúl con esos zapatos de claqué cuya suela estaba llena de aceite de girasol. Sí, sí, es igual de absurdo. Y entonces sé que yo fui el motor de que ese móvil le hiciese tanto daño en el empeine.



Mei Manzanero




2 comentarios :

  1. Me parece que has leído mucho a Juan Bonilla con su metaliteratura.
    Un saludo a través de un par de paredes.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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